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Había una vez un país


Había una vez un país que era considerado internacionalmente un país en vías de desarrollo, donde sus habitantes eran amables y solidarios. Era un país que tenía un desierto en el cual no llovía nunca, su capital tenía los mejores terrenos para la agricultura y un sur con grandes parques bien cuidados.


No existían los problemas sociales, pues la riqueza era bien administrada y compartida, había seguridad, salud y educación gratuita, pública y de calidad, un país donde los periodistas informaban la verdad, el gobierno asumía las responsabilidades y la gente iba feliz a trabajar.


Era un país productivo, pero que disfrutaba la vida. Un país en que se respetaba a cada ser viviente y donde cada ser humano era tomado en cuenta sin importar su etnia, nivel sociocultural, poder adquisitivo, apellido, credo o sexualidad.


Era un país hermoso que pudo haber existido, pero que lamentablemente no es más que un posible cuento, porque lamentablemente ese país que pudo perfectamente haber existido se llama Chile y está muy lejos de ser el paraíso que debiera ser.


Hoy Chile se está cayendo a pedazos, no porque la naturaleza lo quiera o haya algún Dios que nos esté castigando, sino porque simplemente no hemos sido capaces sus habitantes de hacer un mejor país.


Todo lo que hoy nos sucede es la consecuencia de nuestros actos como nación. Hemos tomado malas decisiones al elegir nuestras autoridades, no hemos alzado la voz a tiempo para defender nuestro paisaje, hemos pagado los impuestos que nuestros grandes empresarios no pagan, pero no los hemos castigado a tiempo cuando sabíamos que sucedía.


No me sorprende en lo absoluto que el mismo día que se acusa a Soquimich y se refleje con una caída enorme en la bolsa, se produzca una alza histórica en una empresa que debió haber desaparecido por estafar a muchos chilenos como La Polar.

No me sorprende que recién después de casi 2 semanas el Gobierno esté dándose cuenta que se estaba quemando una Reserva Nacional importante y que el fuego no estaba controlado.

No me sorprende que toda la atención de los medios hable de la lluvia de Copiapó como si fuera un diluvio, cuando el problema no es la caída de aguas, sino que la falta de preparación para cuando ocurriera lo que sabíamos era inevitable, la naturaleza tarde o temprano recupera lo que le pertenece, pero obviamente para el Estado era más importante el proyecto Caserones que el agua de Copiapó.


La Tierra nos ha estado dando señales todo el tiempo de lo que estamos haciendo, nos dio 2 terremotos de advertencia, uno que lo tomamos en cuenta porque llegó a afectar a Santiago y otro casi tan poderoso 4 años después, pero que como fue en el Norte no se le dio la importancia, nos avisó con una explosión de cenizas que hizo desaparecer un pueblo, tuvimos varios incendios en Parques Nacionales, pero seguimos sin aprender ninguna lección.


Hoy Chile está mal y no lo queremos reconocer, es necesaria una re-evolución, un re-planteamiento de nuestra sociedad y una re-valoración de la Vida. Es necesario cambiar, pero no se trata de un cambio fácil, no es cambiar a los políticos y autoridades para que todo se arregle, hay que hacer un cambio personal, social y humano, un replanteamiento de nuestra misma existencia y de lo que queremos como sociedad.


Hoy no se trata de donar frazadas para Copiapó o Agua para los brigadistas en Conguillío, hoy tenemos que ser capaces de aguantar lo que nos queda por pasar y replantearnos, porque sólo tocando fondo se sale del pozo. Hoy debemos reflexionar, evolucionar para mañana ser capaces de levantarnos y construir un mejor país y para así algún día poder decir con orgullo “Soy Chileno”

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