Desde tiempos inmemoriales los pueblos indígenas han identificado los equinoccios y solsticios, correspondientes a la trayectoria del Sol, examinando el comportamiento de su entorno natural. De acuerdo a esas observaciones, trazaron calendarios anuales que les permitieron llevar una convivencia armónica con la naturaleza. La profunda espiritualidad indígena está directamente relacionada con la naturaleza que es la que da la vida.
Hace 2 años atrás atravesé toda Europa para llegar a Stonehenge, lugar sagrado por los antiguos druidas en el sur Inglaterra para presenciar el Solsticio de Verano, quizá eso fue lo queme cargó energéticamente para sobrevivir a la picazón y linfoma.
Hoy estoy en Santiago de Chile y a las 8.26 del miércoles 21 será el momento en que se producirá este acontecimiento solar y no puedo menos que agradecer a la Naturaleza por darme l oportunidad de estar aquí.
Durante el Solsticio de Invierno, en torno al 21 de junio aproximadamente (en el Hemisferio Sur), tienen lugar la noche más larga y el día más corto del año. En este momento, el sol se encuentra a poco más de veintitrés grados sur, situado exactamente sobre el Trópico de Capricornio originando este cenit de las horas de oscuridad.
Entre los paganos esta festividad se conoce como Yule, vocablo procedente del nórdico Jul, que significa “rueda”. Entre los pueblos paganos, el Solsticio de Invierno celebra el nuevo resurgir de la luz y el declive de la oscuridad.
Entre los pueblos indígenas, podemos destacar las festividades de los calendarios Aymara, Quechua, Likan Antai, Rapa Nui y Mapuche que destacan esta fecha como el año nuevo.
Los mapuches, que son el pueblo originario de mi tierra (nací en Temuco, el corazón de la Araucanía), denominan We Tripantu a esta festividad